martes, 24 de noviembre de 2009
Viajando con Karla (o El día que me drogué)
Este último mes, por el trabajo, me ha tocado viajar varias veces a la zona sur.
Ir a Osa es toda una aventura siempre, si consideramos las casi 7 horas de viaje, las carreteras destrozadas, la maravilla de pasar del páramo del Cerro de la Muerte a la playa de Dominical y sobre todo, el cambio radical de estilo de vida entre Chepe centro y esa región húmeda donde todo pasa tan lento y la gente vive con menos pero, quien quita, hasta más feliz.
El último viaje que programamos a Osa se vio frustrado por otro de los puentes de Karla (no mío, de la otra Karla) que cedió después de más de 20 años sin mantenimiento (qué cosa más rara verdad?). Entonces, gracias a la doña ex-ministra tuve mi primera experiencia en avioneta.
Pues si. Cuando volvimos a organizar el viaje y consideramos las 14 horas de volada de rueda que significa ir y venir de Osa y todos los gastos extra, pues salió como mejorcito viajar en avioneta (pero nosotros sí pagamos! que conste).
Y entonces me entró el susto.
Como dice mi amiga Sandra la colombiana, los ticos somos muy cobardes. Por cualquier viajecito ya estamos alistando pastillas para el mareo, bolsa plástica a mano por si acaso y bajando santos y apariciones.
En mi caso, yo muy previsora, pensé que lo mejor era tomarme una Gravol una hora antes del avionetazo, por si acaso.
Y así lo hice.
Claro, yo muy monda y lironda me mandé la pastilla completa, cuando mi pobre panza solo tenia un cafecillo y una galleta, y el dia anterior no había cenado nada decentemente.
Entonces, empezó el show.
En la avioneta me dio sueño. Eso es normal, efecto de la pastilla. Cuando nos bajamos en Puerto Jiménez y me quedé viendo fijo al muchacho que jala las maletas, sin entender muy bien por qué se llevaba mis cosas sin mi permiso, me di cuenta que algo andaba mal (y el muchacho también porque me hizo cara de "estos ambientalistas se la fuman bien verde!").
Nos recogieron en carro y anduvimos como 40 minutos antes de llegar a la estación de campo donde teníamos el taller. De ese viaje no recuerdo casi nada, iba cabeceando y lanzando frases sueltas tratando de meterme en la conversación, pero sin lograrlo del todo. Pensé: "bueno diay, estás cansada Karlita, ya es fin de año, muchas carreras... sí, sí, eso debe ser... una dormidita durante el viaje y todo bien"
Pero cuando llegamos a la actividad y me tocó reunirme con el equipo para explicarles el cronograma (se suponía que yo dirigía el taller junto con mi jefe) algo no estaba bien. Mi mente andaba muy feliz saltando entre nubecitas de algodón de la mano de Arcoiris Rainbow Brite, mientras mis compañeros me veían pasmados cuando me quedé en blanco después de la primera pregunta: - "¿y qué hacemos para empezar?".
Oh-oh.
Después de eso mi jefe me llevaba aparte cada 10 minutos y me hacía concentrarme en una sola cosa: - Karla, dígame que sigue ahora. Diez minutos después, lo mismo. La condenada Gravol me dopó de tal manera, que yo no era capaz de unir tres ideas seguidas, ni de acordarme qué seguía del cronograma que llevamos más de cuatro meses creando.
Claro, cuando en media presentación de los participantes, frente a 30 personas de las comunidades, le dije a un señor agricultor de Sierpe: verdad que usted trabaja con.... chiquitos? Fue el acabose.
Me drogué. Sí, me drogué.
Mente en blanco. Toc, toc. No hay nada ahí! Una de las cosas más espantosas que me ha pasado en la vida.
Gracias a mis compañeros de trabajo, a la paciencia del jefe y a un litro de café negro con azúcar, sanguchitos y queque que me aturuzaron, el taller y yo sobrevivimos. Cuando terminamos pasé toda la tarde durmiendo y casi echando espuma por la boca. El domingo occisa y con un dolor de jupa de aquellos (o sea, de goma). Todavia hoy me siento medio rara. Sobra decir que para el vuelo de regreso ni olí la otra Gravol que había comprado.
Moraleja:
No tome pastillas en ayunas.
No le tenga miedo a las avionetas.
DARE es su amigo, diga no a las drogas.
La verdad, yo que en la vida no me he fumado ni medio cigarro, nunca me he emborrachado y no he sido más que fumadora pasiva de mota (porque sí, diay, tengo compas que fuman esas vainas), jamás me imaginé que se sintiera tan feo estar high.
Es perder la conciencia, el control. No sabés que estás diciendo, qué te están diciendo, todo pasa m u y l e n t o ... Yo que soy una obsesiva del control y de tener todo organizado en mi trabajo (no aplica para mi cuarto que está siempre patas pa arriba) viví este sábado mi peor pesadilla.
Ya saben, cuando tomen, no manejen... y cuando vuelen en avioneta, aguanten carajo! Que de por sí se logran buenas fotos y ni se siente tan feo.
viernes, 13 de noviembre de 2009
Una orden fuera de lo común
Un viernes de estos me estaba preparando psicológicamente para las 7 horas de viaje que me tocaban rumbo a Osa, y decidí que eso ameritaba un almuerzo chatarroso.
No soy una enamorada de las comidas rápidas o fast food (ay carajo tan bilingue) pero de vez en cuando se me antoja almorzar una de esas pequeñas cositas con papas y mucha salsa de tomate. Placeres culposos que tiene una.
La salvada (o maldición) es que por mi oficina lo que sobran son opciones de comida rápida. Como ese viernes estaba yo sintiéndome tradicional, me dirigí al restaurante de la gran M (léase sin doble sentido... o con doble sentido, según!).
Un viernes a medio día es una locura meterse a uno de esos antros de grasas saturadas y marketing. Había una fila de aquellas de ayúdeme a decir! Pero bueno; yo que iba a pasar las siguientes 7 horas de mi vida sentada de copiloto, bien podía hacer fila 10 minuticos para que me vendieran mi pequeña cosita con papas (y mucha salsa de tomate).
De tanto ir a estos lugarcillos de comida veloz, uno se hace hábil para ordenar... así que mi conversación con la cajera fue más o menos así:
Cajera: Bienvenida a M... cuál es su orden?
Yo: Combo tal, mediano, te frío, para comer aquí
Pasa la tarjeta para pagar -bandeja con vasito - ya le damos su orden - gracias ... NEXT!
Todo en cosa de segundos y ya estaba yo al ladito de la caja esperando la jama. Como se me ocurrió pedir no sé que tontera de menú del chef (que resultó ser la misma cosa, solo que más caro por supuesto) la orden duró más de lo esperado, lo que me dio chance de observar lo que sucedió con el siguiente cliente.
El siguiente cliente era una señora encantadora como de 70 y todos los años, con su pareja que hacía juego. Dos señores bellos, de esos que no espera uno encontrarse en M... un viernes a medio día.
Señora encantadora: Buenas señorita, para ordenar?
Cajera: Si señora, bienvenida a M... cuál es su orden?
Señora encantadora: Mi orden? Bueeeeno. Quiero una hamburguesa de esas (señala el rótulo).
Cajera: En combo?
Señora encantadora: Y que trae el combo?
Cajera: (cara de oh-no) Bueno señora, viene con refresco y papas.
Señora encantadora: Ah no entonces solo la hamburguesa, gracias.
Cajera: Señora pero la hamburguesa sin combo cuesta x y en combo cuesta x+1... (casi lo mismo, algo que nunca comprenderé... bueno si comprendo pero me da cólera)
Señora encantadora: Bueno señorita, en combo entonces. Y las papas de qué tamaño son?
Cajera: (cara de oh-no elevada a la n potencia, pero manteniendo la compostura) Pueden ser medianas o grandes...
Señora encantadora: Entonces deme unas medianas. Y me da otras... medianas también. Todo para llevar por favor.
Y lo demás más o menos igual: pasa la tarjeta para pagar - ya le damos su orden - gracias ... NEXT!
Durante todo el proceso la señora encantadora mantuvo su ritmo para hablar y su tono de voz dulce, sonrisa incluida.
Tiempo total: mucho más de lo que dice el training de M... y suficiente para duplicar la fila y mantenerme bien entretenida mientras seguía esperando mi orden.
Porque a esas alturas yo todavía seguía esperando mi orden. Entonces cuando el señor encantador se cuadró a la par mía a esperar la suya nos tuvimos que ir corriendo, porque la cajera seguía NEXT! NEXT! NEXT! y la comida nada que salía.
Señor encantador: Como que la estoy empujando verdad muchacha? (con carilla sonriente)
Yo: Sí que barbaridad! (sonrisota - ya para ese momento me tenian conquistada)
Señor encantador: Es que así es esto, vea que no es a propósito!
En eso le plantaron casi en las narices una bolsa de papel y un "Su orden!".
Así que después de una minuciosa revisión del contenido de la bolsa el señor encantador se dio vuelta para salir junto con la señora encantadora. Yo, muy sapa, le dije: - Provecho!
Y él me dijo: Igualmente... Que sea muy feliz! (de fondo su par de caras sonrientes)
O_o
Eso es algo que definitivamente uno no espera escuchar en la fila de un fast food!
Me encantó como ellos no se armonizaron al ritmo loco del lugar, no se saturaron con el ruido, no perdieron la paz con el procedimiento robótico para ordenar y todavía tuvieron tiempo de alegrarme el día.
Que sean muy felices!
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