
Este último mes, por el trabajo, me ha tocado viajar varias veces a la zona sur.
Ir a Osa es toda una aventura siempre, si consideramos las casi 7 horas de viaje, las carreteras destrozadas, la maravilla de pasar del páramo del Cerro de la Muerte a la playa de Dominical y sobre todo, el cambio radical de estilo de vida entre Chepe centro y esa región húmeda donde todo pasa tan lento y la gente vive con menos pero, quien quita, hasta más feliz.
El último viaje que programamos a Osa se vio frustrado por otro de los puentes de Karla (no mío, de la otra Karla) que cedió después de más de 20 años sin mantenimiento (qué cosa más rara verdad?). Entonces, gracias a la doña ex-ministra tuve mi primera experiencia en avioneta.
Pues si. Cuando volvimos a organizar el viaje y consideramos las 14 horas de volada de rueda que significa ir y venir de Osa y todos los gastos extra, pues salió como mejorcito viajar en avioneta (pero nosotros sí pagamos! que conste).
Y entonces me entró el susto.
Como dice mi amiga Sandra la colombiana, los ticos somos muy cobardes. Por cualquier viajecito ya estamos alistando pastillas para el mareo, bolsa plástica a mano por si acaso y bajando santos y apariciones.
En mi caso, yo muy previsora, pensé que lo mejor era tomarme una Gravol una hora antes del avionetazo, por si acaso.
Y así lo hice.
Claro, yo muy monda y lironda me mandé la pastilla completa, cuando mi pobre panza solo tenia un cafecillo y una galleta, y el dia anterior no había cenado nada decentemente.
Entonces, empezó el show.
En la avioneta me dio sueño. Eso es normal, efecto de la pastilla. Cuando nos bajamos en Puerto Jiménez y me quedé viendo fijo al muchacho que jala las maletas, sin entender muy bien por qué se llevaba mis cosas sin mi permiso, me di cuenta que algo andaba mal (y el muchacho también porque me hizo cara de "estos ambientalistas se la fuman bien verde!").
Nos recogieron en carro y anduvimos como 40 minutos antes de llegar a la estación de campo donde teníamos el taller. De ese viaje no recuerdo casi nada, iba cabeceando y lanzando frases sueltas tratando de meterme en la conversación, pero sin lograrlo del todo. Pensé: "bueno diay, estás cansada Karlita, ya es fin de año, muchas carreras... sí, sí, eso debe ser... una dormidita durante el viaje y todo bien"
Pero cuando llegamos a la actividad y me tocó reunirme con el equipo para explicarles el cronograma (se suponía que yo dirigía el taller junto con mi jefe) algo no estaba bien. Mi mente andaba muy feliz saltando entre nubecitas de algodón de la mano de Arcoiris Rainbow Brite, mientras mis compañeros me veían pasmados cuando me quedé en blanco después de la primera pregunta: - "¿y qué hacemos para empezar?".
Oh-oh.
Después de eso mi jefe me llevaba aparte cada 10 minutos y me hacía concentrarme en una sola cosa: - Karla, dígame que sigue ahora. Diez minutos después, lo mismo. La condenada Gravol me dopó de tal manera, que yo no era capaz de unir tres ideas seguidas, ni de acordarme qué seguía del cronograma que llevamos más de cuatro meses creando.
Claro, cuando en media presentación de los participantes, frente a 30 personas de las comunidades, le dije a un señor agricultor de Sierpe: verdad que usted trabaja con.... chiquitos? Fue el acabose.
Me drogué. Sí, me drogué.
Mente en blanco. Toc, toc. No hay nada ahí! Una de las cosas más espantosas que me ha pasado en la vida.
Gracias a mis compañeros de trabajo, a la paciencia del jefe y a un litro de café negro con azúcar, sanguchitos y queque que me aturuzaron, el taller y yo sobrevivimos. Cuando terminamos pasé toda la tarde durmiendo y casi echando espuma por la boca. El domingo occisa y con un dolor de jupa de aquellos (o sea, de goma). Todavia hoy me siento medio rara. Sobra decir que para el vuelo de regreso ni olí la otra Gravol que había comprado.
Moraleja:
No tome pastillas en ayunas.
No le tenga miedo a las avionetas.
DARE es su amigo, diga no a las drogas.
La verdad, yo que en la vida no me he fumado ni medio cigarro, nunca me he emborrachado y no he sido más que fumadora pasiva de mota (porque sí, diay, tengo compas que fuman esas vainas), jamás me imaginé que se sintiera tan feo estar high.
Es perder la conciencia, el control. No sabés que estás diciendo, qué te están diciendo, todo pasa m u y l e n t o ... Yo que soy una obsesiva del control y de tener todo organizado en mi trabajo (no aplica para mi cuarto que está siempre patas pa arriba) viví este sábado mi peor pesadilla.
Ya saben, cuando tomen, no manejen... y cuando vuelen en avioneta, aguanten carajo! Que de por sí se logran buenas fotos y ni se siente tan feo.