La Plaza de la Cultura es un lugar interesante de San José.
En el centro de la plaza unos chiquillos le ruegan a sus papás que les compren maíz para las palomas. Mientras otros más pequeñitos en lugar de alimentarlas las corretean.
En las gradas por el teatro una pareja joven se abraza como haciendo tiempo para que llegue el bus.
Por allá en una esquina unos predicadores a ritmo de reggaeton.
Debajo del árbol por la fuente, el chavalo que toca guitarra y la gente le hace círculo. Pocos le echan una moneda, todos disfrutan de la música.
Por los teléfonos públicos toda una compañía de payasos y pintacaritas poniéndole bonito al trabajo, alegrando carajillos y entreteniendo a los grandes.
Cerca del Hotel Costa Rica, con un caballo todo viejo y un sombrero rojo... - Lleve la foto instantáneaaaa.
Frente a "la Mac" unas personas sordas conversan en círculo.
Los vendedores ambulantes, a la señal, recogen sus tiliches y se quedan de pie despistadamente, mientras pasan los de la muni.
Mientras todo eso acontece en la superficie, en el subterráneo los museos aguardan a que la gente se anime a entrar.
Pasan muchas cosas en la Plaza de la Cultura.
La semana pasada sucedió algo especial. Un concierto navideño... un coro, la Big Band de Costa Rica, Malpaís... y muchas voces unidas bajo el cielo de San José.
No en todas las capitales del mundo se puede vivir así.
Y en medio del gentío cantando y bailando... una mujer me recordó que se siente mejor la vida si una anda descalza!
Vean qué manera de disfrutar la Plaza de la Cultura! (la verdadera acción empieza en el 00:49)
martes, 29 de diciembre de 2009
martes, 8 de diciembre de 2009
El mantel rojo
Bueno, es un hecho: ya llegó Navidad.
Mi mamá siempre dice que una vez que pasa el Día de la Madre y bajamos las banderas del 15 de setiembre, ya la Navidad está a la vuelta de la esquina. Y tiene razón.
El año se fue volado. Frase cliché que decimos siempre y que es tan cierta. Pero en realidad es la vida la que se va volada y si uno no se pone vivo, se le escapan los detallitos importantes que ayudan a ser feliz. Como este que les voy a contar hoy.
En mi casa somos 5 adultos ya. Mi abuela paterna, mi papá, mi mamá, mi hermana y yo.
Mi abuela fue una trabajadora incansable durante toda su vida, así que ahora que está pensionada se la tira rico (bien merecido) jugando naipe, aprendiéndose los periódicos del día y haciendo los crucigramas.
Mis papás y yo somos trabajadores activos, de tiempo completo. Mi papá y yo medio trabajólicos, mami no tanto, pero todos llegamos bastante cansados a la casa todos los días.
Mi hermana es estudiante también a tiempo completo y como está en artes, entonces pasa 24/7 modelando cosas, pintando, tallando, tiñendo, cortando, pegando y todos los andos que implican muchos materiales, mucho reguero y poco tiempo libre.
En resumen. A todos nos da pereza limpiar y aplanchar. La lavada y la cocinada nos la turnamos, pero barrer, encerar, sacar brillo, limpiar ventanas, aplanchar ropa... mmmnooo nos suena interesante.
Entonces siempre hemos tenido alguien que nos llega a ayudar, un par de veces por semana, a mantener nuestra casa en condiciones habitables y a que la ropa no parezca un acordeón.
Siempre cuesta dar con alguien que sea buena gente y que le guste hacer las cosas con cariño, más tomando en cuenta que eso de ir a limpiarle la casa o plancharle los chuicas a alguien no debe ser muy motivante que digamos. Resulta que encontramos a una señora, recomendada por un conocido, y tiene unos meses de acompañarnos.
Un día de estos llegué a la casa y le elogié a mi mamá el mantel rojo que había puesto en la mesa de la sala. Ella es como loca con las decoraciones navideñas, así que asumí que como buena enamorada de las compras y la Navidad, no se había aguantado la tentación de comprar "una cosita más" para decorar.
Pero no.
Cuál no sería mi sorpresa (frase tomada de los cuentos infantiles que escuchaba en "Las visitas navideñas") al enterarme que el mantel rojo, que tan lindo se veían en la sala, lo había traído doña Libia. La señora que todas las semanas llega a acomodar nuestros desmadres, a descubrir
lo que dejamos tirado en los rincones y a intentar componer el arruguero de nuestra ropa, llegó un día de tantos y nos decoró la mesa con un precioso mantel rojo.
Dice doña Libia que está muy contenta, porque en la casa todos la tratamos muy bien y que eso es algo difícil de encontrar en un trabajo asi, de oficios domésticos.
Me conmovió mucho el gesto. Fue lindo. No tenía ninguna obligación y sin embargo, sacó un poquito de sus ingresos para hacernos un regalo así tan significativo.
Entonces me detuve a pensar. ¿Qué hicimos especial con esta señora? ¿Cómo fue que la tratamos? Y la verdad no recuerdo nada del otro mundo. Saludarla en la mañana, ofrecerle café al llegar. Preguntarle como va la vida y chismear un rato a la hora del almuerzo. Pagarle lo justo mes a mes y el aguinaldo (que es su derecho) a fin de año. Y no molestarla durante el día, ya ha más que demostrado que es una excelente trabajadora y muy eficiente, no necesita a nadie respirándole en la nuca.
Y eso fue todo. Y eso ella lo encontró como una "novedad" y algo que tenía que agradecernos. Y la verdad es que nosotros hicimos lo minimo.
Me pregunto como habrán sido los que la contrataron antes!
En esta Navidad (y en toda la vida): sea solidario, sea justo, sea persona, trate a los demás mejor de como espera que lo traten a usted, haga la diferencia en este mundo tan indiferente, individualista y frío. Yo creo que en mi casa no hicimos nada demasiado especial, pero esto nos motiva a tratar mejor a la gente a nuestro alrededor.
Vale la pena. El mantel rojo me lo recordará siempre.
Mi mamá siempre dice que una vez que pasa el Día de la Madre y bajamos las banderas del 15 de setiembre, ya la Navidad está a la vuelta de la esquina. Y tiene razón.
El año se fue volado. Frase cliché que decimos siempre y que es tan cierta. Pero en realidad es la vida la que se va volada y si uno no se pone vivo, se le escapan los detallitos importantes que ayudan a ser feliz. Como este que les voy a contar hoy.
En mi casa somos 5 adultos ya. Mi abuela paterna, mi papá, mi mamá, mi hermana y yo.
Mi abuela fue una trabajadora incansable durante toda su vida, así que ahora que está pensionada se la tira rico (bien merecido) jugando naipe, aprendiéndose los periódicos del día y haciendo los crucigramas.
Mis papás y yo somos trabajadores activos, de tiempo completo. Mi papá y yo medio trabajólicos, mami no tanto, pero todos llegamos bastante cansados a la casa todos los días.
Mi hermana es estudiante también a tiempo completo y como está en artes, entonces pasa 24/7 modelando cosas, pintando, tallando, tiñendo, cortando, pegando y todos los andos que implican muchos materiales, mucho reguero y poco tiempo libre.
En resumen. A todos nos da pereza limpiar y aplanchar. La lavada y la cocinada nos la turnamos, pero barrer, encerar, sacar brillo, limpiar ventanas, aplanchar ropa... mmmnooo nos suena interesante.
Entonces siempre hemos tenido alguien que nos llega a ayudar, un par de veces por semana, a mantener nuestra casa en condiciones habitables y a que la ropa no parezca un acordeón.
Siempre cuesta dar con alguien que sea buena gente y que le guste hacer las cosas con cariño, más tomando en cuenta que eso de ir a limpiarle la casa o plancharle los chuicas a alguien no debe ser muy motivante que digamos. Resulta que encontramos a una señora, recomendada por un conocido, y tiene unos meses de acompañarnos.
Un día de estos llegué a la casa y le elogié a mi mamá el mantel rojo que había puesto en la mesa de la sala. Ella es como loca con las decoraciones navideñas, así que asumí que como buena enamorada de las compras y la Navidad, no se había aguantado la tentación de comprar "una cosita más" para decorar.
Pero no.
Cuál no sería mi sorpresa (frase tomada de los cuentos infantiles que escuchaba en "Las visitas navideñas") al enterarme que el mantel rojo, que tan lindo se veían en la sala, lo había traído doña Libia. La señora que todas las semanas llega a acomodar nuestros desmadres, a descubrir
lo que dejamos tirado en los rincones y a intentar componer el arruguero de nuestra ropa, llegó un día de tantos y nos decoró la mesa con un precioso mantel rojo.
Dice doña Libia que está muy contenta, porque en la casa todos la tratamos muy bien y que eso es algo difícil de encontrar en un trabajo asi, de oficios domésticos.
Me conmovió mucho el gesto. Fue lindo. No tenía ninguna obligación y sin embargo, sacó un poquito de sus ingresos para hacernos un regalo así tan significativo.
Entonces me detuve a pensar. ¿Qué hicimos especial con esta señora? ¿Cómo fue que la tratamos? Y la verdad no recuerdo nada del otro mundo. Saludarla en la mañana, ofrecerle café al llegar. Preguntarle como va la vida y chismear un rato a la hora del almuerzo. Pagarle lo justo mes a mes y el aguinaldo (que es su derecho) a fin de año. Y no molestarla durante el día, ya ha más que demostrado que es una excelente trabajadora y muy eficiente, no necesita a nadie respirándole en la nuca.
Y eso fue todo. Y eso ella lo encontró como una "novedad" y algo que tenía que agradecernos. Y la verdad es que nosotros hicimos lo minimo.
Me pregunto como habrán sido los que la contrataron antes!
En esta Navidad (y en toda la vida): sea solidario, sea justo, sea persona, trate a los demás mejor de como espera que lo traten a usted, haga la diferencia en este mundo tan indiferente, individualista y frío. Yo creo que en mi casa no hicimos nada demasiado especial, pero esto nos motiva a tratar mejor a la gente a nuestro alrededor.
Vale la pena. El mantel rojo me lo recordará siempre.
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