jueves, 9 de febrero de 2017

Y usted ¿de dónde es?


El gran gigante del Sur siempre estuvo en mis sueños, a ritmo de bossa nova y deslizándose de los labios de Gal Costa. Llamándome. 

No fue por casualidad que una colega me mencionara, sin mucho énfasis en nada, las clases de portugués que estaba llevando. -¡Baratísimas!

Mis primeros pasitos hacia Brasil, ya hace... ¿cuánto, siete años?

No quería ponerme cliché, pero sí, el tiempo pasa volando.

Hace casi dos años que agarré mis cositas (poquitas, Marie Kondo estaría orgullosa) y me vine al litoral paulista de la mano del amor (ñau), ligera no solo de equipaje sino del alma.

Entre ese momento y hoy han pasado no solo años, sino mucha vida. Con la vida vienen las experiencias, buenas y malas (en este caso, sobre todo buenas, ¡tengo mucho que agradecer!).

Y de las experiencias saca uno, además de las cicatrices de guerra, muchos aprendizajes y alguito de perspectiva.

¿Que qué puede haber aprendido una nómada digital josefina haciéndose pasar por caiçara y viviendo cerquita del mar? No creo que me de (aun) para el best seller, ¡pero al menos sí para este post!

Las distancias no son lo que parecen

En Costa Rica un viaje de hora y media en bus al Puerto amerita, por lo menos, llevar botellita para el agua, almohada, platanitos tostados, maní garapiñado o algo afín. Es algo que se planea. Para lo que nos preparamos psicológicamente. Dios guarde un viaje a Guanacaste o a Puerto Viejo. -¡Eso es larguísimo! 

Cuando iba de gira a Osa en mi trabajo anterior, sentía que atravesaba el mundo. Haga una encuestita rápida a su alrededor a ver cuánta gente conoce la zona sur y luego hablamos.

En mi nueva vida para ir de la ciudad en la que vivo hasta la ciudad de São Paulo (todo dentro del mismo Estado de... adivinaron, São Paulo) tengo que hacer un viaje de seis horas en bus.

SEIS HORAS (por si no leyeron bien).

La primera vez que mi esposo me dijo: -¿Vamos a visitar a unos amigos? Yo le dije que sí y me subí con toda mi inocencia valle centralina al bus. Una vez sentada se me ocurre preguntarle -Y ¿cuánto duramos llegando? (media hora quizá, pensé).

Tres horas después todavía estaba esperando que alguien me pasara el maní.

En resumen, Punto Número Uno (¡Rudy, Rudy!): La distancia está en la mente y en Costa Rica todo está cerca, hasta la frontera. ¡Calda el que se queje por un viaje de tres horas a Limón!


En tierra de tuertos mis tortillas son gourmet

Cocinar nunca ha sido lo mío.

Es decir, tengo unas dos o tres recetas que me salen muy bien y con esas puedo jugar de impresionadora. Cocinar, hornear y palmear no serían digamos mis cualidades más fuertes si me pusieran a elegir.

Pero resulta que de repente estoy un poco lejos de Mesoamérica. Y aquí donde yo vivo (así como en varios cientos de kilómetros a la redonda según he podido comprobar) no hay tortillas.

Voy a repetirlo lentamente para que nadie se me desmaye:
N O   H A Y   T O R T I L L A S

No hay TortiRicas, no venden masa, nadie palmea, no saben que es una chorreada, no comen en gallos, no venden Mejitos (¡ay!) y no han vivido el éxtasis de una tortilla con queso y natilla del mercado  (por cierto tampoco he encontrado natilla, pero ya me siento un poco débil como para entrarle a ese tema).

Con mis primeros tráficos ilegales de masa hice las primeras tandas de tortillas (de la vida). El público las amó, lo cual nos obligó a ponernos creativos. Aparentemente eso de viajar con la maleta llena de paquetes con polvitos blancos no está muy bien visto.

Para no cansar con el cuento, ahora alisto el maíz el día anterior, lo cocino, lo muelo (en la casa con una maquinita  muy corronga) y más o menos una vez por semana o cada quince días hacemos los almuerzos a la tica. Yo hago las tortillas y alguien de la familia se inventa qué ponerles encima.

Master Chef es cualquier vara.

Aún no me han captado muy bien el concepto de comer "en gallos" (es decir, usar la tortilla para comer con la mano lo que sea que le ponga uno encima).  En lugar de eso, ponen la tortilla en el plato y se la comen con el tenedor, pero bueno, nadie es perfecto.

Punto Número Dos:  Cocinar nos permite compartir con la gente del mundo un poquito de nuestro país.  No sean vagos, aprendan a hacer gallo pinto, olla'e carne, maduros en miel, tamales y patacones con agua'e sapo. No se arrepentirán de lo rico que la van a pasar y todas las historias divertidas que generará.  Mi familia brasileña cree que mis tortillas son las mejores del mundo (el día que vayan a Costa Rica me jodí).


Soy Dual

Estudié comunicación, no precisamente porque sea muy quieta y calladita. Me gusta hablar. Y mucho. Yo era de esas chiquitas con muy buenas notas en la escuela a las que la maestra les ponía un -Pero habla mucho en clase. 

Amo las palabras, argumentar, la ortografía, la sintaxis, la semiótica, debatir, conversar y las referencias culturales fuera de contexto que solo unos pocos entienden (amo a mi hermana). Me gusta como todo significa. Si me dan pelota, puedo amanecer hablando paja (o cantando las canciones de las películas de Disney, pero esa es una neurosis para otro post).

Pero aquí nadie habla español. Bueno sí, hay un señor chileno viejito que solo he visto una vez, pero que ya lleva tantas décadas aquí que ya no habla ni español ni portugués. Ah y la doctora cubana, que se fue el mes pasado (lo más triste que me ha pasado, ahora tengo que ver cómo explico mis males, mi vocabulario médico da pena). El primer día que la escuché hablando español en la feria prácticamente le salté encima de la felicidad, creo que la asusté un poquito.

Entonces resulta que la Yo brasileña es más silenciosa. Escucha más. Pone más atención. No entiende los chistes ni las referencias culturales.  Habla más despacito y piensa más lo que va a decir.

Cuando hablo por skype con mi familia tica me desato. Pero el resto del tiempo saboreo un estilo de comunicación diferente.

Punto Número Tres. Aquella frase de que tenemos dos orejas y una boca por una razón, es muy cierta. Aprender otros idiomas por inmersión es una sabrosura, no enredar el propio es todo un reto y bajar el ritmo puede ser la mejor parte de la carrera.


Hasta aquí

Ayer andaba sola en otra ciudad haciendo unas vueltas, y mientras esperaba el transporte de regreso me senté en una gradita de la iglesia a leer. En eso, de la nada, aparece un chamaquillo como de nueve años. Casi me mata del susto (todavía tengo ciertas manías de Chepe, como andar con un ojo en el camino y otro en la cartera).

Cuándo me volvió el alma al cuerpo, el menino me sonríe grandote y me pregunta:  ¿usted es de aquí?

Y yo... No. Bueno, sí. Soy de aquí y soy de allá (perdonáme Facundo).

Tengo muchas cosas más que podría escribir. Pero mejor otro día, con más tiempito... ya me dio sueño y seguro a ustedes también.

Se cuidan!



Ilustración de La Coneja 

2 comentarios:

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